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Cuando llegué a Francia jamás pensé que me iba a enamorar. Buscaba explorar la región y afianzar el idioma local, sin intenciones de cambiar mi código postal. Conocí a Zevran un día cualquiera y a partir de ese crush, nada volvió a su lugar.

Él, adinerado y buen mozo, prometió ser mi compañero de ruta y, al principio, parecía que formábamos un equipo ejemplar. Pero con el correr del tiempo, empezamos a pelear.

Ha pasado casi un año y sigo intentando descifrar el misterio detrás de sus ojos de dragón. Me desvivo por descubrirlo, conquistarlo y que decida amarme. Y cuando digo que me desvivo, lo digo literal. ¿Estoy dispuesta a entregarme entera, incluyendo mi identidad? Dime, Zevran: ¿tienes pensado quemarme viva o, por fin, vas a darme una oportunidad?